“Soy en verdad un viajero solitario –expresó un célebre científico en cierta ocasión-,y los ideales que han iluminado mi camino y han proporcionado una y otra vez nuevo valor para afrontar la vida han sido: la belleza, la grandeza interior, la bondad y la verdad.”
Hubo poco en su niñez y juventud que presagiara las notables alturas que alcanzaría en su vida. Era tímido y callado, y rara vez se integraba a sus compañeros. En la escuela, no se distinguió, no le gustaban la mayoría de las asignaturas escolares, y además, le aburría terriblemente preparar sus lecciones. Detestaba los métodos formales y memoristas que estaban en boga en los colegios europeos de fines de siglo XIX. Por lo tanto, su paso por el bachillerato, no fue muy gratificante: la rigidez, la disciplina militar, y la cruel competencia que fomentaban los institutos de enseñanza secundaria de la época de Bismarck le granjearon no pocas polémicas con los profesores. Su ingenio excedía por mucho la sabiduría de sus maestros, lo que sólo sirvió para aumentar el resentimiento que su actitud generaba…
Una calurosa mañana estival llegó a al escuela retrasado, pedaleando contra el tiempo. El Föhn, un viento maldito, al que se lo culpaba de todo, desde los dolores de cabeza, hasta el mal humor y el letargo, lo abofeteaba en la cara y el cuerpo, intentando en vano detener su avance.
Al entrar a la clase de geometría, encontró a los estudiantes riñendo y criticándose los unos a los otros. El joven irónicamente pensó- No es la maldición del Föhn, mis compañeros siempre se ven entre sí como rivales. Cada uno trata constantemente de rebajar a los otros, de manera que solo el pueda ser el mejor de la clase.-
Como la disputa subía de tono, el joven tomó coraje y en voz alta dijo- Tengo un desafío para todos.-
El bullicio continuaba. El profesor no lograba imponer orden.
-¡TENGO UN DESAFIO PARA TODOS! –gritó, traspasando el nudo que le cerraba la garganta.
Silencio repentino.
Los estudiantes dejaron de pelear y esperaron intrigados. El joven caminó lentamente hacia el pizarrón, levantó una tiza, y dibujó una larga línea recta. Dándose vuelta hacia los estudiantes y el profesor, señaló el pizarrón y dijo: -¿Ven esta línea?
Extrañados, todos asintieron.
-Hagan esta línea más corta.- planteó.
-¡Qué insolencia mental! ¿Cómo se atreve a hablar sin que yo le conceda la palabra? Regrese a su sitio inmediatamente- ordenó el despótico profesor. Su fría mirada recorría a todos y a cada uno de los alumnos.
Desoyendo la advertencia del catedrático, varios estudiantes se lanzaron sobre el pizarrón. –Es facilísimo - , dijo un muchacho, tomando el borrador de la repisa.
-¿De qué desafío me hablas? Soy medalla de oro en la competencia anual de estado de Baviera- fanfarroneó el estudiante estrella, mientras arrebataba el borrador de la mano de su compañero.
Un tercero se abrió paso a empujones. –Esto es un juego de niños, nos presentas un reto tan tonto como tu mente –dijo, y exigió el borrador con altivez. Alcanzó el pizarrón, y cuando estaba a punto de borrar un extremo de la línea, nuestro joven amigo, ignorando el insulto que había recibido, amablemente colocó su mano en el brazo del muchacho y lo detuvo.
-¿Pueden hacer la línea más corta SIN TOCARLA? – aclaró desafiante.
El parloteo entre los jóvenes cesó. El profesor estaba desconcertado. Su alumno les proponía un reto inusual. ¿O quizás simplemente, este inadaptado estudiante, se estaba burlando de ellos? Todos los alumnos trataban de resolver el problema. ¿Cómo hacer más corta la línea sin tocarla? El profesor se devanaba los sesos. Su rostro púrpura bullía de humillación. Nadie aportaba una solución.
-Eres un fracasado, nunca llegarás a nada, como tu inútil reto, un callejón sin salida- vociferó uno de los estudiantes desde el fondo de la clase.
El joven regresó al pizarrón tranquilamente, levantó la tiza y debajo de la primera línea, dibujó una mucho más larga todavía. Viendo una expresión de asombro en el profesor y todos los estudiantes, les preguntó con una sonrisa enigmática: -¿Qué pasó con la primera línea?
-Es más corta –respondieron al unísono.
-Naturalmente… Todo es relativo… En vez de degradarse unos a otros constantemente, HAGANSE MÁS GRANDES.- afirmó.
-Su actitud quebranta el respeto que me debe como estudiante. Será estrictamente sancionado- clamó el profesor, sus ojos parecían sacar chispas.
-La única fuente de respeto del alumno por el profesor son sus cualidades humanas e intelectuales- respondió el joven.
El resto de los estudiantes escuchaban impávidos, esperando el desenlace del duelo en un completo e incómodo silencio.
-Amigos, el mismo trabajo puede realizarse por la fuerza y la compulsión, y por el ambicioso deseo de autoridad y distinción, o como una oportunidad para penetrar en el bello y maravilloso mundo del saber. Nunca lo olviden.-
Con esta profunda reflexión, el talentoso joven, incapaz de adaptarse al rígido sistema escolar, se despidió de sus compañeros de clase y abandonó el Gymnasyum Luitpold de Munich para siempre.
El tiempo transcurrió, corrió la ilusión del tiempo sin cesar...
Y aunque hubo poco en su niñez y juventud que presagiara las notables alturas que alcanzaría, Albert Einstein a los 26 años de edad, en solo seis semanas, redactó su teoría particular de la relatividad, y en 1921 recibió el premio Nóbel de Física.
A partir de ese momento, este hombre sencillo cuya imagen pública era inseparable de su amado violín, su colección de pipas y sus dos magníficos mechones grises en genial desorden, fue noticia recurrente en los diarios de todo el mundo.
Pero el tímido, comprensivo y franco Albert detestaba la ostentación y las riquezas materiales, alegando –Estoy absolutamente convencido que ninguna riqueza del mundo puede ayudar a que progrese la humanidad…El mundo necesita paz permanente, grandeza interior y buena voluntad perdurable-.
El tiempo siguió transcurriendo, corrió la ilusión del tiempo sin cesar.
-La única razón para que el tiempo exista es para que no ocurra todo a la vez. No pienso nunca en el futuro porque llega muy pronto.- afirmaba Einstein.
La trayectoria del espacio-tiempo dibujó su curva relativa en la vida del físico mago de cara triste y flácida, quien sobrellevó su fama con modestia y sentido del humor.
-Papá, ¿Por qué eres tan famoso? – le preguntó un día su pequeño hijo. -La gente aplaude a mi amigo Chaplin porque lo entiende, a mí porque no me entiende. Mira, cuando un escarabajo ciego recorre la superficie del Globo, no se da cuenta que el camino que anda es curvo. Yo, por el contrario, tuve la fortuna de notarlo…Aunque nunca olvides hijo que las ideas vienen de Dios. Intenta no volverte un hombre de éxito, sino convertirte en un hombre de valor.
En 1929, cuando lo invitaron a visitar a Isabel, la Reina Madre de Bélgica, se bajó del tren y, con su cabello indicando la dirección del viento, caminó por las adoquinadas calles de Bruselas hasta el Palacio Real de Laeken, llevando una maleta y su violín, sin que nadie lo reconociera, mientras la limusina y el comité de recepción lo esperaban en la estación Bruxelles Centrale. Cuando la Reina le preguntó por qué no había usado la limusina, respondió –Majestad, era tan agradable caminar solo y en silencio por sus jardines, donde flota el sutil perfume de la más bella colección de naranjos del planeta…-
“Soy en verdad un viajero solitario- expresó Albert Einstein en una ocasión-, y los ideales que han iluminado mi camino y han proporcionado una y otra vez nuevo valor para afrontar la vida han sido: a belleza, la grandeza interior, la bondad y la verdad…”
Autora: María Giacobone Carballo.
Lecciones de Grandeza. Publicado por Editorial Albatros y presentado en la Feria del Libro de Buenos Aires 2007.