viernes, 24 de abril de 2009

Lecciones de Grandeza.

“Soy en verdad un viajero solitario –expresó un célebre científico en cierta ocasión-,y los ideales que han iluminado mi camino y han proporcionado una y otra vez nuevo valor para afrontar la vida han sido: la belleza, la grandeza interior, la bondad y la verdad.”



Hubo poco en su niñez y juventud que presagiara las notables alturas que alcanzaría en su vida. Era tímido y callado, y rara vez se integraba a sus compañeros. En la escuela, no se distinguió, no le gustaban la mayoría de las asignaturas escolares, y además, le aburría terriblemente preparar sus lecciones. Detestaba los métodos formales y memoristas que estaban en boga en los colegios europeos de fines de siglo XIX. Por lo tanto, su paso por el bachillerato, no fue muy gratificante: la rigidez, la disciplina militar, y la cruel competencia que fomentaban los institutos de enseñanza secundaria de la época de Bismarck le granjearon no pocas polémicas con los profesores. Su ingenio excedía por mucho la sabiduría de sus maestros, lo que sólo sirvió para aumentar el resentimiento que su actitud generaba…

Una calurosa mañana estival llegó a al escuela retrasado, pedaleando contra el tiempo. El Föhn, un viento maldito, al que se lo culpaba de todo, desde los dolores de cabeza, hasta el mal humor y el letargo, lo abofeteaba en la cara y el cuerpo, intentando en vano detener su avance.
Al entrar a la clase de geometría, encontró a los estudiantes riñendo y criticándose los unos a los otros. El joven irónicamente pensó- No es la maldición del Föhn, mis compañeros siempre se ven entre sí como rivales. Cada uno trata constantemente de rebajar a los otros, de manera que solo el pueda ser el mejor de la clase.-

Como la disputa subía de tono, el joven tomó coraje y en voz alta dijo- Tengo un desafío para todos.-

El bullicio continuaba. El profesor no lograba imponer orden.

-¡TENGO UN DESAFIO PARA TODOS! –gritó, traspasando el nudo que le cerraba la garganta.
Silencio repentino.

Los estudiantes dejaron de pelear y esperaron intrigados. El joven caminó lentamente hacia el pizarrón, levantó una tiza, y dibujó una larga línea recta. Dándose vuelta hacia los estudiantes y el profesor, señaló el pizarrón y dijo: -¿Ven esta línea?

Extrañados, todos asintieron.

-Hagan esta línea más corta.- planteó.

-¡Qué insolencia mental! ¿Cómo se atreve a hablar sin que yo le conceda la palabra? Regrese a su sitio inmediatamente- ordenó el despótico profesor. Su fría mirada recorría a todos y a cada uno de los alumnos.

Desoyendo la advertencia del catedrático, varios estudiantes se lanzaron sobre el pizarrón. –Es facilísimo - , dijo un muchacho, tomando el borrador de la repisa.

-¿De qué desafío me hablas? Soy medalla de oro en la competencia anual de estado de Baviera- fanfarroneó el estudiante estrella, mientras arrebataba el borrador de la mano de su compañero.
Un tercero se abrió paso a empujones. –Esto es un juego de niños, nos presentas un reto tan tonto como tu mente –dijo, y exigió el borrador con altivez. Alcanzó el pizarrón, y cuando estaba a punto de borrar un extremo de la línea, nuestro joven amigo, ignorando el insulto que había recibido, amablemente colocó su mano en el brazo del muchacho y lo detuvo.

-¿Pueden hacer la línea más corta SIN TOCARLA? – aclaró desafiante.

El parloteo entre los jóvenes cesó. El profesor estaba desconcertado. Su alumno les proponía un reto inusual. ¿O quizás simplemente, este inadaptado estudiante, se estaba burlando de ellos? Todos los alumnos trataban de resolver el problema. ¿Cómo hacer más corta la línea sin tocarla? El profesor se devanaba los sesos. Su rostro púrpura bullía de humillación. Nadie aportaba una solución.

-Eres un fracasado, nunca llegarás a nada, como tu inútil reto, un callejón sin salida- vociferó uno de los estudiantes desde el fondo de la clase.

El joven regresó al pizarrón tranquilamente, levantó la tiza y debajo de la primera línea, dibujó una mucho más larga todavía. Viendo una expresión de asombro en el profesor y todos los estudiantes, les preguntó con una sonrisa enigmática: -¿Qué pasó con la primera línea?

-Es más corta –respondieron al unísono.

-Naturalmente… Todo es relativo… En vez de degradarse unos a otros constantemente, HAGANSE MÁS GRANDES.- afirmó.

-Su actitud quebranta el respeto que me debe como estudiante. Será estrictamente sancionado- clamó el profesor, sus ojos parecían sacar chispas.

-La única fuente de respeto del alumno por el profesor son sus cualidades humanas e intelectuales- respondió el joven.

El resto de los estudiantes escuchaban impávidos, esperando el desenlace del duelo en un completo e incómodo silencio.

-Amigos, el mismo trabajo puede realizarse por la fuerza y la compulsión, y por el ambicioso deseo de autoridad y distinción, o como una oportunidad para penetrar en el bello y maravilloso mundo del saber. Nunca lo olviden.-

Con esta profunda reflexión, el talentoso joven, incapaz de adaptarse al rígido sistema escolar, se despidió de sus compañeros de clase y abandonó el Gymnasyum Luitpold de Munich para siempre.

El tiempo transcurrió, corrió la ilusión del tiempo sin cesar...

Y aunque hubo poco en su niñez y juventud que presagiara las notables alturas que alcanzaría, Albert Einstein a los 26 años de edad, en solo seis semanas, redactó su teoría particular de la relatividad, y en 1921 recibió el premio Nóbel de Física.

A partir de ese momento, este hombre sencillo cuya imagen pública era inseparable de su amado violín, su colección de pipas y sus dos magníficos mechones grises en genial desorden, fue noticia recurrente en los diarios de todo el mundo.

Pero el tímido, comprensivo y franco Albert detestaba la ostentación y las riquezas materiales, alegando –Estoy absolutamente convencido que ninguna riqueza del mundo puede ayudar a que progrese la humanidad…El mundo necesita paz permanente, grandeza interior y buena voluntad perdurable-.

El tiempo siguió transcurriendo, corrió la ilusión del tiempo sin cesar.

-La única razón para que el tiempo exista es para que no ocurra todo a la vez. No pienso nunca en el futuro porque llega muy pronto.- afirmaba Einstein.

La trayectoria del espacio-tiempo dibujó su curva relativa en la vida del físico mago de cara triste y flácida, quien sobrellevó su fama con modestia y sentido del humor.

-Papá, ¿Por qué eres tan famoso? – le preguntó un día su pequeño hijo. -La gente aplaude a mi amigo Chaplin porque lo entiende, a mí porque no me entiende. Mira, cuando un escarabajo ciego recorre la superficie del Globo, no se da cuenta que el camino que anda es curvo. Yo, por el contrario, tuve la fortuna de notarlo…Aunque nunca olvides hijo que las ideas vienen de Dios. Intenta no volverte un hombre de éxito, sino convertirte en un hombre de valor.

En 1929, cuando lo invitaron a visitar a Isabel, la Reina Madre de Bélgica, se bajó del tren y, con su cabello indicando la dirección del viento, caminó por las adoquinadas calles de Bruselas hasta el Palacio Real de Laeken, llevando una maleta y su violín, sin que nadie lo reconociera, mientras la limusina y el comité de recepción lo esperaban en la estación Bruxelles Centrale. Cuando la Reina le preguntó por qué no había usado la limusina, respondió –Majestad, era tan agradable caminar solo y en silencio por sus jardines, donde flota el sutil perfume de la más bella colección de naranjos del planeta…-



“Soy en verdad un viajero solitario- expresó Albert Einstein en una ocasión-, y los ideales que han iluminado mi camino y han proporcionado una y otra vez nuevo valor para afrontar la vida han sido: a belleza, la grandeza interior, la bondad y la verdad…”

Autora: María Giacobone Carballo.
Lecciones de Grandeza. Publicado por Editorial Albatros y presentado en la Feria del Libro de Buenos Aires 2007.

sábado, 4 de abril de 2009

El Templo de la Paz

Érase hace una vez, hace muchos, muchos años, una civilización que vivía en una gran isla en el Mediterráneo Oriental, la llamaban Kumari Kandam, y dicen las antiguas leyendas que era el Jardín del Edén.

Los habitantes de Kumari Kandam vivían en paz con ellos mismos y con la naturaleza a la que amaban y respetaban como fuente de sabiduría. El Gran Río Sagrado dividía a las isla en dos partes, el lado de Kla’ ro y el lado de Oz ku’ ro, los que convivían en perfecto equilibrio.

La isla tenía siete templos, tres en lado de Kla’ ro, tres en lado de Oz ku’ ro y en su centro, el Templo de la Paz situado en una pequeña isla llamada Shanti. Palomas blancas custodiaban este lugar sagrado, revoloteando en mágica danza a su alrededor. El Templo de la Paz tenía siete mil setecientos setenta y siete campanas de cristal de diverso tamaño y color. Su música celestial llegaba al confín de la isla en sus cuatro direcciones. Su suave tintineo vibraba en los corazones de los habitantes de ambos lados de la isla.

Lamentablemente la paz no fue eterna. El equilibrio perfecto en que vivía Kumari Kandam se rompió. Los habitantes del lado Oz ku’ ro, henchidos de vanidad y codicia, desobedecieron la Ley del Uno y la guerra entre ambos lados de la isla se declaró.

La naturaleza se enfureció…

Un terremoto sacudió la isla y una ola gigante la sepultó en las profundidades del Mediterráneo Oriental. Junto con ella se hundieron el Templo de la Paz, las palomas blancas y las campanas de cristal…


******

En la actual Gaza, más de la mitad de la población son niños. Victimas silenciosas que vieron a miembros de sus familias o a vecinos ser heridos o asesinados.

Jemina, como tantas otras niñas palestinas, sobrevivió a las explosiones que provocaron la muerte de su familia. Solo su abuelo se salvó. El anciano Shelomo, narrador de historias y guardián de la memoria. “Las historias nos ayudan a encontrar el sentido de la vida…”, repetía en forma de ritual antes de comenzar cada relato, “…nos muestran nuestro lugar en el corazón de del misterio”.

Fue el abuelo Shem, quién contó a la pequeña Jemina la leyenda del Templo de la Paz cuando ella era aún más niña. Jemina, en medio de su desolación, recordó la leyenda y se aferró a ella como una línea de vida. Durante mucho tiempo se sentó en la playa de Beit-Lahíe intentando escuchar las campanas con todo su corazón. Un corazón congelado.

Jemina perseveró día tras día, pero lo único que podía oír era el rugir de los helicópteros, el traqueteo de los carros de combate y los disparos de los proyectiles. El fragor de la guerra impactaba en sus oídos, aniquilando todas sus ilusiones…

Durante días enteros se sentó en la playa. Jemina hacía todo lo que podía para aislarse del infierno que la rodeaba, pero nada funcionaba.

Cuando se sentía desanimada acudía a su abuelo y lo escuchaba contar una vez más la maravillosa leyenda. Una chispa de esperanza entibiaba su alma, pero al regresar a la playa todo era igual.

Y fue así que aun cuando no consiguiese escuchar las viejas campanas del templo, Jemina, sin notarlo, comenzó a cambiar su actitud hacia el mundo que la rodeaba… De tanto oír el ruido de los helicópteros, ya no se dejaba distraer por ellos. Es más, el sonido del mar era cada vez más audible, ahogando con él el clamor de la guerra. Con el tiempo comenzó a percibir los graznidos de las gaviotas, el murmullo de las olas rompiendo en la orilla y el viento meciendo las hojas de las palmeras. Nada la distraía, pero Jemina, decepcionada, seguía sin escuchar las campanas del templo sumergido.

Y su desilusión creció de tal manera que finalmente decidió abandonar la búsqueda del Templo de la Paz. “Es imposible que un Templo de la Paz haya existido frente a este campo de batalla. La leyenda es una gran mentira”.

La niña regresó a la playa una vez más para contarle al mar, al viento y a las gaviotas, que había abandonado su búsqueda. Ese día, como ya no estaba ansiosa por escuchar las campanas, pudo admirar la belleza del canto de las gaviotas y el arrullo del mar. Se sintió tan complacida que se recostó sobre la arena tibia, simplemente para disfrutar del momento. Por primera vez no trató de aislar el sonido del mar. Dejó que el canto de las olas la acariciara, la acunara. Escuchó a lo lejos el aletear de un helicóptero y agradeció estar viva. Su ser entero se llenó de agradecimiento. Su corazón se sumergió en las profundidades del sonido del mar, todo era paz, no podía decir de dónde venía. Y así, en comunión con el mar, escuchó el burbujear de una campanita, luego…

Siete campanitas tintinearon más fuerte…
Setenta y siete fuertes campanas se deslizaron por las olas…
En un maravilloso acorde, las siete mil setecientos setenta y siete campanas del Templo de la Paz reverberaron en el corazón del Jemina, la niña que había aprendido a contemplar el mundo a través de los ojos del alma.

Ensamblándose al sinfónico tañir de las campanas de cristal, Jemina sintió la voz de su abuelo que la llamaba, y las risas de sus amigas en la playa… el ruido de los carros de combate y el silbido de los misiles.

Una bandada de palomas blancas cubrió el sol por un instante.

Jemina se sintió llena de esperanza.
Sabía que en este mundo lleno de contradicciones…
La Paz es Posible.


“Si nuestras voces tintinean a Paz, porqué no gritamos.”
Ynarud (Adictos al Verso)


Autora: María Giacobone Carballo
EL TEMPLO DE LA PAZ .Premiado en Concurso Internacional “Canto a la Paz: Homenaje a Mahatma Ghandi.” Ed. Pegasso 2006. Publicado en antología homónima.

viernes, 24 de abril de 2009

Lecciones de Grandeza.

“Soy en verdad un viajero solitario –expresó un célebre científico en cierta ocasión-,y los ideales que han iluminado mi camino y han proporcionado una y otra vez nuevo valor para afrontar la vida han sido: la belleza, la grandeza interior, la bondad y la verdad.”



Hubo poco en su niñez y juventud que presagiara las notables alturas que alcanzaría en su vida. Era tímido y callado, y rara vez se integraba a sus compañeros. En la escuela, no se distinguió, no le gustaban la mayoría de las asignaturas escolares, y además, le aburría terriblemente preparar sus lecciones. Detestaba los métodos formales y memoristas que estaban en boga en los colegios europeos de fines de siglo XIX. Por lo tanto, su paso por el bachillerato, no fue muy gratificante: la rigidez, la disciplina militar, y la cruel competencia que fomentaban los institutos de enseñanza secundaria de la época de Bismarck le granjearon no pocas polémicas con los profesores. Su ingenio excedía por mucho la sabiduría de sus maestros, lo que sólo sirvió para aumentar el resentimiento que su actitud generaba…

Una calurosa mañana estival llegó a al escuela retrasado, pedaleando contra el tiempo. El Föhn, un viento maldito, al que se lo culpaba de todo, desde los dolores de cabeza, hasta el mal humor y el letargo, lo abofeteaba en la cara y el cuerpo, intentando en vano detener su avance.
Al entrar a la clase de geometría, encontró a los estudiantes riñendo y criticándose los unos a los otros. El joven irónicamente pensó- No es la maldición del Föhn, mis compañeros siempre se ven entre sí como rivales. Cada uno trata constantemente de rebajar a los otros, de manera que solo el pueda ser el mejor de la clase.-

Como la disputa subía de tono, el joven tomó coraje y en voz alta dijo- Tengo un desafío para todos.-

El bullicio continuaba. El profesor no lograba imponer orden.

-¡TENGO UN DESAFIO PARA TODOS! –gritó, traspasando el nudo que le cerraba la garganta.
Silencio repentino.

Los estudiantes dejaron de pelear y esperaron intrigados. El joven caminó lentamente hacia el pizarrón, levantó una tiza, y dibujó una larga línea recta. Dándose vuelta hacia los estudiantes y el profesor, señaló el pizarrón y dijo: -¿Ven esta línea?

Extrañados, todos asintieron.

-Hagan esta línea más corta.- planteó.

-¡Qué insolencia mental! ¿Cómo se atreve a hablar sin que yo le conceda la palabra? Regrese a su sitio inmediatamente- ordenó el despótico profesor. Su fría mirada recorría a todos y a cada uno de los alumnos.

Desoyendo la advertencia del catedrático, varios estudiantes se lanzaron sobre el pizarrón. –Es facilísimo - , dijo un muchacho, tomando el borrador de la repisa.

-¿De qué desafío me hablas? Soy medalla de oro en la competencia anual de estado de Baviera- fanfarroneó el estudiante estrella, mientras arrebataba el borrador de la mano de su compañero.
Un tercero se abrió paso a empujones. –Esto es un juego de niños, nos presentas un reto tan tonto como tu mente –dijo, y exigió el borrador con altivez. Alcanzó el pizarrón, y cuando estaba a punto de borrar un extremo de la línea, nuestro joven amigo, ignorando el insulto que había recibido, amablemente colocó su mano en el brazo del muchacho y lo detuvo.

-¿Pueden hacer la línea más corta SIN TOCARLA? – aclaró desafiante.

El parloteo entre los jóvenes cesó. El profesor estaba desconcertado. Su alumno les proponía un reto inusual. ¿O quizás simplemente, este inadaptado estudiante, se estaba burlando de ellos? Todos los alumnos trataban de resolver el problema. ¿Cómo hacer más corta la línea sin tocarla? El profesor se devanaba los sesos. Su rostro púrpura bullía de humillación. Nadie aportaba una solución.

-Eres un fracasado, nunca llegarás a nada, como tu inútil reto, un callejón sin salida- vociferó uno de los estudiantes desde el fondo de la clase.

El joven regresó al pizarrón tranquilamente, levantó la tiza y debajo de la primera línea, dibujó una mucho más larga todavía. Viendo una expresión de asombro en el profesor y todos los estudiantes, les preguntó con una sonrisa enigmática: -¿Qué pasó con la primera línea?

-Es más corta –respondieron al unísono.

-Naturalmente… Todo es relativo… En vez de degradarse unos a otros constantemente, HAGANSE MÁS GRANDES.- afirmó.

-Su actitud quebranta el respeto que me debe como estudiante. Será estrictamente sancionado- clamó el profesor, sus ojos parecían sacar chispas.

-La única fuente de respeto del alumno por el profesor son sus cualidades humanas e intelectuales- respondió el joven.

El resto de los estudiantes escuchaban impávidos, esperando el desenlace del duelo en un completo e incómodo silencio.

-Amigos, el mismo trabajo puede realizarse por la fuerza y la compulsión, y por el ambicioso deseo de autoridad y distinción, o como una oportunidad para penetrar en el bello y maravilloso mundo del saber. Nunca lo olviden.-

Con esta profunda reflexión, el talentoso joven, incapaz de adaptarse al rígido sistema escolar, se despidió de sus compañeros de clase y abandonó el Gymnasyum Luitpold de Munich para siempre.

El tiempo transcurrió, corrió la ilusión del tiempo sin cesar...

Y aunque hubo poco en su niñez y juventud que presagiara las notables alturas que alcanzaría, Albert Einstein a los 26 años de edad, en solo seis semanas, redactó su teoría particular de la relatividad, y en 1921 recibió el premio Nóbel de Física.

A partir de ese momento, este hombre sencillo cuya imagen pública era inseparable de su amado violín, su colección de pipas y sus dos magníficos mechones grises en genial desorden, fue noticia recurrente en los diarios de todo el mundo.

Pero el tímido, comprensivo y franco Albert detestaba la ostentación y las riquezas materiales, alegando –Estoy absolutamente convencido que ninguna riqueza del mundo puede ayudar a que progrese la humanidad…El mundo necesita paz permanente, grandeza interior y buena voluntad perdurable-.

El tiempo siguió transcurriendo, corrió la ilusión del tiempo sin cesar.

-La única razón para que el tiempo exista es para que no ocurra todo a la vez. No pienso nunca en el futuro porque llega muy pronto.- afirmaba Einstein.

La trayectoria del espacio-tiempo dibujó su curva relativa en la vida del físico mago de cara triste y flácida, quien sobrellevó su fama con modestia y sentido del humor.

-Papá, ¿Por qué eres tan famoso? – le preguntó un día su pequeño hijo. -La gente aplaude a mi amigo Chaplin porque lo entiende, a mí porque no me entiende. Mira, cuando un escarabajo ciego recorre la superficie del Globo, no se da cuenta que el camino que anda es curvo. Yo, por el contrario, tuve la fortuna de notarlo…Aunque nunca olvides hijo que las ideas vienen de Dios. Intenta no volverte un hombre de éxito, sino convertirte en un hombre de valor.

En 1929, cuando lo invitaron a visitar a Isabel, la Reina Madre de Bélgica, se bajó del tren y, con su cabello indicando la dirección del viento, caminó por las adoquinadas calles de Bruselas hasta el Palacio Real de Laeken, llevando una maleta y su violín, sin que nadie lo reconociera, mientras la limusina y el comité de recepción lo esperaban en la estación Bruxelles Centrale. Cuando la Reina le preguntó por qué no había usado la limusina, respondió –Majestad, era tan agradable caminar solo y en silencio por sus jardines, donde flota el sutil perfume de la más bella colección de naranjos del planeta…-



“Soy en verdad un viajero solitario- expresó Albert Einstein en una ocasión-, y los ideales que han iluminado mi camino y han proporcionado una y otra vez nuevo valor para afrontar la vida han sido: a belleza, la grandeza interior, la bondad y la verdad…”

Autora: María Giacobone Carballo.
Lecciones de Grandeza. Publicado por Editorial Albatros y presentado en la Feria del Libro de Buenos Aires 2007.

sábado, 4 de abril de 2009

El Templo de la Paz

Érase hace una vez, hace muchos, muchos años, una civilización que vivía en una gran isla en el Mediterráneo Oriental, la llamaban Kumari Kandam, y dicen las antiguas leyendas que era el Jardín del Edén.

Los habitantes de Kumari Kandam vivían en paz con ellos mismos y con la naturaleza a la que amaban y respetaban como fuente de sabiduría. El Gran Río Sagrado dividía a las isla en dos partes, el lado de Kla’ ro y el lado de Oz ku’ ro, los que convivían en perfecto equilibrio.

La isla tenía siete templos, tres en lado de Kla’ ro, tres en lado de Oz ku’ ro y en su centro, el Templo de la Paz situado en una pequeña isla llamada Shanti. Palomas blancas custodiaban este lugar sagrado, revoloteando en mágica danza a su alrededor. El Templo de la Paz tenía siete mil setecientos setenta y siete campanas de cristal de diverso tamaño y color. Su música celestial llegaba al confín de la isla en sus cuatro direcciones. Su suave tintineo vibraba en los corazones de los habitantes de ambos lados de la isla.

Lamentablemente la paz no fue eterna. El equilibrio perfecto en que vivía Kumari Kandam se rompió. Los habitantes del lado Oz ku’ ro, henchidos de vanidad y codicia, desobedecieron la Ley del Uno y la guerra entre ambos lados de la isla se declaró.

La naturaleza se enfureció…

Un terremoto sacudió la isla y una ola gigante la sepultó en las profundidades del Mediterráneo Oriental. Junto con ella se hundieron el Templo de la Paz, las palomas blancas y las campanas de cristal…


******

En la actual Gaza, más de la mitad de la población son niños. Victimas silenciosas que vieron a miembros de sus familias o a vecinos ser heridos o asesinados.

Jemina, como tantas otras niñas palestinas, sobrevivió a las explosiones que provocaron la muerte de su familia. Solo su abuelo se salvó. El anciano Shelomo, narrador de historias y guardián de la memoria. “Las historias nos ayudan a encontrar el sentido de la vida…”, repetía en forma de ritual antes de comenzar cada relato, “…nos muestran nuestro lugar en el corazón de del misterio”.

Fue el abuelo Shem, quién contó a la pequeña Jemina la leyenda del Templo de la Paz cuando ella era aún más niña. Jemina, en medio de su desolación, recordó la leyenda y se aferró a ella como una línea de vida. Durante mucho tiempo se sentó en la playa de Beit-Lahíe intentando escuchar las campanas con todo su corazón. Un corazón congelado.

Jemina perseveró día tras día, pero lo único que podía oír era el rugir de los helicópteros, el traqueteo de los carros de combate y los disparos de los proyectiles. El fragor de la guerra impactaba en sus oídos, aniquilando todas sus ilusiones…

Durante días enteros se sentó en la playa. Jemina hacía todo lo que podía para aislarse del infierno que la rodeaba, pero nada funcionaba.

Cuando se sentía desanimada acudía a su abuelo y lo escuchaba contar una vez más la maravillosa leyenda. Una chispa de esperanza entibiaba su alma, pero al regresar a la playa todo era igual.

Y fue así que aun cuando no consiguiese escuchar las viejas campanas del templo, Jemina, sin notarlo, comenzó a cambiar su actitud hacia el mundo que la rodeaba… De tanto oír el ruido de los helicópteros, ya no se dejaba distraer por ellos. Es más, el sonido del mar era cada vez más audible, ahogando con él el clamor de la guerra. Con el tiempo comenzó a percibir los graznidos de las gaviotas, el murmullo de las olas rompiendo en la orilla y el viento meciendo las hojas de las palmeras. Nada la distraía, pero Jemina, decepcionada, seguía sin escuchar las campanas del templo sumergido.

Y su desilusión creció de tal manera que finalmente decidió abandonar la búsqueda del Templo de la Paz. “Es imposible que un Templo de la Paz haya existido frente a este campo de batalla. La leyenda es una gran mentira”.

La niña regresó a la playa una vez más para contarle al mar, al viento y a las gaviotas, que había abandonado su búsqueda. Ese día, como ya no estaba ansiosa por escuchar las campanas, pudo admirar la belleza del canto de las gaviotas y el arrullo del mar. Se sintió tan complacida que se recostó sobre la arena tibia, simplemente para disfrutar del momento. Por primera vez no trató de aislar el sonido del mar. Dejó que el canto de las olas la acariciara, la acunara. Escuchó a lo lejos el aletear de un helicóptero y agradeció estar viva. Su ser entero se llenó de agradecimiento. Su corazón se sumergió en las profundidades del sonido del mar, todo era paz, no podía decir de dónde venía. Y así, en comunión con el mar, escuchó el burbujear de una campanita, luego…

Siete campanitas tintinearon más fuerte…
Setenta y siete fuertes campanas se deslizaron por las olas…
En un maravilloso acorde, las siete mil setecientos setenta y siete campanas del Templo de la Paz reverberaron en el corazón del Jemina, la niña que había aprendido a contemplar el mundo a través de los ojos del alma.

Ensamblándose al sinfónico tañir de las campanas de cristal, Jemina sintió la voz de su abuelo que la llamaba, y las risas de sus amigas en la playa… el ruido de los carros de combate y el silbido de los misiles.

Una bandada de palomas blancas cubrió el sol por un instante.

Jemina se sintió llena de esperanza.
Sabía que en este mundo lleno de contradicciones…
La Paz es Posible.


“Si nuestras voces tintinean a Paz, porqué no gritamos.”
Ynarud (Adictos al Verso)


Autora: María Giacobone Carballo
EL TEMPLO DE LA PAZ .Premiado en Concurso Internacional “Canto a la Paz: Homenaje a Mahatma Ghandi.” Ed. Pegasso 2006. Publicado en antología homónima.
 
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